Hiperión o el eremita en Grecia, Fiedrich Holderlin

«El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa.«

Esta es una de las más famosas sentencias ofrecidas por Hölderlin  través del discurso permanente de Hiperión en esta obra, dando cuenta de este modo, de la concepción que el autor mantiene de la filosofía, de la poesía, del arte y, en términos generales, del mundo y de la vida, distanciándose así de quien fuera su amigo y referente en el ámbito académico e intelectual: Hegel (1).

Hölderlin ha sido reconocido como uno de los grandes poetas, no solo del Romanticismo alemán, sino de todos los tiempos, consiguiendo aunar en sus versos la profunda admiración que sentía por la Antigüedad clásica, con las técnicas, formas, temática e idiosincrasia propias del paradigma romántico en el que se inserta su vida y su obra.

Hiperión, personaje que da título a la novela, es concebido por el autor a modo de semidiós, transmitiendo de manera explícita a lo largo de su intervención, la propia nostalgia de Hölderlin hacia la Grecia clásica y al modelo de vida, arte y  pensamiento que consagró durante su período de esplendor.

La obra es absolutamente poética a pesar del género narrativo en el que se inserta. Está estructurada en dos volúmenes, que contienen a su vez, dos partes cada uno de ellos, a través de los cuales Hiperión dirige sus palabras por medio de un monólogo constante, a Belarmino, a quien cuenta la historia de su vida, sus amores, sus pesares y sus andaduras por su amada Grecia y otros países.

                  F. Hölderlin

Extensos son especialmente los capítulos dedicados a la irrupción en su vida de Alabanda, su compañero, su amante, su fiel amigo, compasivo, abnegado, capaz de renunciar a su propio amor por Hiperión para facilitarle a este la felicidad junto a otra persona. Y esta otra será Diotima, alter ego de Susette Gontard, amante de Hölderlin y a la que dedicaría numerosos versos y obras completas. De nuevo el autor vuelve a hacer una concesión más al mundo griego antiguo al escoger el nombre y el personaje de Diotima para representar el amor, la pureza, el conocimiento y la propia esencia de la inmortalidad, transmitido todo ello a Hiperión del mismo modo en que tales secretos le fueron revelados a  Sócrates por la Diotima histórica, según defienden algunos filósofos e historiadores amparándose en palabras de Platón, su más conocido y trascendental discípulo (2).

            Susette Gontard

La obra está cargada de simbolismo y de referencias clásicas, incluso ancestrales, como la concepción que su autor defiende de la naturaleza y la relación del ser humano con la misma, acercándonos de este modo a la propia divinidad, a la esencia de todo lo que nos rodea, y que viene dada precisamente por este vínculo con lo natural, no solo en términos físicos y del entorno en que vivimos, sino especialmente en cuanto a actitudes, deseos, emociones y pensamientos se refiere, tal como nuestros viejos antepasados defendieron.

«¡Pero tú brillas todavía, sol del cielo! ¡Tú verdeas aún, sagrada tierra! Todavía van los ríos a dar en la mar y los árboles umbrosos susurran al mediodía. El placentero canto de la primavera acuna mis mortales pensamientos. La plenitud del mundo enteramente vivo nutre y sacia con embriaguez mi indigente ser.

¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo.

Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad.

Ser uno con todo, esa es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre.

Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, esta es la cima de los pensamientos y alegrías, esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.

¡Ser uno con todo lo viviente!«…

Vuelve a ser rescatada la vieja filosofía presocrática, amparada a su vez, en las enseñanzas egipcias y orientales, que vinieron a descubrir, ante el artificio de Occidente, lo que nuestra propia cultura conceptualizó en sustancias, esencias, ideas, aunque muchos siglos antes de Tales, de Anaximandro, de Anaxímenes,  la Antigua Sais (3)  ya proclamaba el Todo está en Todo, de Anaxágoras y ese carácter hilozoísta que atribuye vida y sacralidad a nuestro entorno natural, del que nosotros mismos formamos parte y al que se dirige nuestra conciencia ancestral (4).

Esta recuperación de la la sintonía perdida entre el ser humano y la naturaleza será uno de los propósitos de la obra, haciéndose efectivo a través de las bellas palabras poéticas de Hiperión a lo largo de su monólogo, interrumpido solo por la reproducción de las cartas recibidas por su amada Diotima.

Esta necesidad de reconectar con lo que una vez fuimos, de sentirnos partícipes del mismo universo del que todo forma parte, se vuelve urgente en un momento trascendental para la vida humana como lo es aquel en el que se escribe esta obra (1794-95).

Cambios de paradigmas y modelos en todos los ámbitos se suceden rápidamente desde finales del siglo XVIII, para concretarse y asentarse definitivamente durante el XIX, bajo las proclamas del progreso, la libertad y el bienestar de la ciudadanía. Por entonces, solo unos pocos pensadores atisbaron los peligros que traería consigo la ambición humana y su deseo de dominar y controlar a la naturaleza. Algunos como Hölderlin intuyeron el alto precio que pagaría nuestro mundo interior en aras de aquel progreso prometido y se resistieron  a tal pérdida refugiándose en el arte, en la poesía, en los tiempos pasados, donde la belleza, el amor, el deseo y la propia filosofía estaban aún libres de la sistematización a la que posteriormente fueron sometidas por la cultura occidental.

La temprana locura que sufre Hölderlin podría ser una muestra más de esta imposibilidad existencial para afrontar el mundo real tal como se nos viene imponiendo desde el Siglo de las Luces, y de ahí su intento de recuperar, a través de Hiperión, nuestras raíces (5), nuestros deseos más primigenios, nuestra conexión real y auténtica con el entorno del que formamos parte, huyendo del cada vez más extendido malestar en la cultura (6). Y para ello, el arte y la filosofía alejada de la conceptualización, juegan un papel decisivo.

«<¡Bueno!>, me interrumpió alguien, <eso lo entiendo, pero cómo ese pueblo poético y religioso pudo ser también un pueblo filosófico, eso es lo que no veo>.

<¡Pues sin poesía no habría sido nunca un pueblo filosófico!>, dije.

<¿Qué tiene que ver la filosofía>, me respondió, <qué tiene que ver la fría exelcitud de esa ciencia, con la poesía?>.

<La poesía>, dije seguro de lo que decía, <es el principio y el fin de esa ciencia. Como Minerva de la cabeza de Júpiter, mana esa ciencia de la poesía de un ser infinitamente divino. Y así confluye al fin también en ello lo que hay de incompatible en la misteriosa fuente de la poesía>«.

Una concepción silimar de la filosofía defendería unos años más tarde Nietzsche, para quien Hölderlin se convierte en un auténtico referente al dirigir su pensamiento hacia el vitalismo. Ambos comparten «la locura» a la que les conduce el mundo real; la nostalgia, la absoluta defensa y el conocimiento profundo de la Antigüedad clásica; el discurso que ponen en boca de los que para ellos representan el auténtico filosofar: Hiperión para Hölderlin y Zaratustra para Nietzsche; y la visión que ambos poseen del arte y de la filosofía.

                    F. Nietzsche

Nietzsche, influenciado por Hölderlin, amplía el estrecho marco al que la filosofía había estado restringida por la tradición occidental y defiende, a través de Zaratustra, que filosofía es poesía, es lirismo, es locura, es emoción, es inspiración, es arte, es instinto, es deseo, es libertad, es creación; es todo aquello que durante siglos ha sido repudiado por el pensamiento occidental, negando con ello a una parte de nosotros mismos.

No en vano, Nietzsche rescata la filosofía presocrática, como también hace Hölderlin en Hiperión, por considerarla auténtico pensar, en conexión permanente con la naturaleza y alejada de la sistematización posterior que llevan a cabo Sócrates y Platón, con la consecuente corrupción a la que queda abocada la filosofía desde entonces.

Pero el recurso de lo natural y todos los elementos que se desprenden de ello no es el único carácter simbólico de la obra. El propio subtítulo incluye uno de los conceptos más relevantes para el simbolismo poético, filosófico y esotérico: el eremita o ermitaño. En el Tarot representa el noveno arcano y simboliza al maestro secreto, aquel que trabaja en lo invisible. J. E. Cirlot, en su Diccionario de símbolos, lo define, en sentido afirmativo, como tradición, estudio, reserva, trabajo paciente y profundo. Y en sentido negativo, hace referencia a todo lo taciturno, lo pesado y lo meticuloso (7).

La elección de este subtítulo no es baladí, puesto que Hiperión representa todas estas actitudes. Es aquel que sabe, que conoce el camino que ha de tomar, pero su modestia y su humildad le llevan a pedir consejo, a entregarse a los demás, a aprender también de ellos. Defiende la tradición sin dogmatismos, solo anhelando la vuelta de aquellos tiempos que ya no son, que ya no están, y que se llevaron una parte de nosotros con ellos. Y a su vez, la figura del eremita representa todos esos misterios y conocimientos ancestrales de los que solo unos cuantos iniciados son portadores. Hiperión es ese ermitaño que ha de partir hacia sus orígenes, en busca de sus raíces, y aprehender de nuevo los conocimientos (los recuerdos) de los que una vez su espíritu quedó imbuido.

Especial detenimiento requiere el último discurso de Hiperión del primer volumen de la obra, ya que además de los cambios estructurales que introduce en la narrativa al reproducir diálogos y conversaciones con otros personajes, hace gala de los conocimientos que posee sobre el mundo antiguo y así lo revela a sus contertulios-discípulos, recreando las enseñanzas y actitudes más propiamente socráticas, así como el escenario habitual del filósofo griego al transmitir oralmente a sus fieles seguidores su doctrina y pensamiento.

En este capítulo desvela el secreto de la grandiosidad griega, su manera de enfrentarse al mundo, su modo de concebir el arte, la religión y la filosofía, contraponiéndolo al espíritu egipcio y a su particular cosmovisión. Esta trascendental intervención de Hiperión sentará las bases para consagrar la magistral Decadencia de Occidente de O. Spengler casi un siglo y medio después, compendiando la Filosofía de la Historia a través de un modo y de un estilo absolutamente originales e inhabituales en los pensadores del momento.

Hiperión habla en este caso con el mismo entusiasmo y la misma fundamentación clarividente que presentará Spengler en su obra al hacer la distinción que él mismo popularizó entre espíritu fáustico y espíritu apolíneo, representando este último a la Antigüedad griega y su particular visión del mundo anclado en el continuo presente, en la circularidad constante, en la mesura, el equilibrio y su permanente huida de lo infinito. Y este modo de entender el mundo y la vida, este horror cósmico ante todo lo que traspase las fronteras de lo mesurable y lo delimitado, se refleja en su concepción del arte, en sus quehaceres cotidianos, en el diseño de sus ciudades, en sus relaciones personales.

El espíritu fáustico es propio de las sociedades modernas, además de atribuirlo en primer lugar al mundo egipcio antiguo, y se caracteriza por romper con las cadenas que nos anclaban al presente perpetuo, ampliando nuestra visión hacia futuros que ni tan siquiera podemos imaginar. Se inclinan hacia el concepto de infinito, de expansión, de extensión más allá de las pautas euclidianas, traduciéndose en términos actuales por dominio, poder, control sobre lo que para un griego clásico sería inabarcable, y más aún, inconcebible.

«Que realmente este fue el caso entre los griegos, y especialmente entre los atenienses, que su arte y su religión son los auténticos hijos de la belleza eterna -de la naturaleza humana realizada- y solo podían proceder de la naturaleza humana realizada, se muestra claramente solo con querer ver con mirada imparcial los objetos de su arte sagrado y la religión con la que amaban y honraban aquellos objetos.

De la belleza espiritual de los atenienses se deriva también su necesario sentido de la libertad.

El egipcio soporta sin dolor el despotismo de lo arbitrario; el hijo del norte soporta sin oposición el despotismo de la ley, la injusticia con forma legal; pues el egipcio tiene, desde que está en el vientre de su madre, un impulso hacia la veneración y la idolatría; en el norte se cree demasiado poco en la pura y libre vida de la naturaleza como para no depender supersticiosamente de lo legal.

El ateniense no puede soportar lo arbitrario porque su naturaleza divina no admite ser importunada; no puede soportar la legalidad en todo porque tampoco siente que sea necesaria en todo.

El egipcio está sometido antes de ser un todo, y por eso no sabe nada del todo, nada de la belleza, y lo más elevado a lo que da nombre es una potencia velada, un enigma terrible; la muda y sombría Isis es para él lo primero y lo último, un vacío infinito del que no ha salido nunca nada razonable.

El norte, en cambio, empuja a sus hijos demasiado pronto hacia el interior de sí mismos, y si el espíritu del fogoso egipcio se apresura a correr hacia el mundo con un exceso de alegría por el viaje, en el norte, el espíritu se decide por el regreso a sí mismo incluso antes de estar dispuesto para partir. 

La pura inteligencia, la razón pura, son siempre las reinas del norte.

Pero de la pura inteligencia no brotó nunca nada inteligible, ni nada razonable de la razón pura…«

Hölderlin contrapone, por boca de Hiperión, estas dos cosmovisiones sobre las que años más tarde, Spengler se encargaría de profundizar de manera exhaustiva, incidiendo en un determinismo histórico y vital difícil de refutar, al que estamos abocados siguiendo estos patrones. Ambos acusan un entusiasmo por la Antigüedad griega clásica imposible de disimular y otorgan un valor preeminente al arte y a la relación que el ser humano mantiene con el mismo.

Pero además de la influencia ejercida por Hölderlin sobre pensadores de la talla de Nietzsche o Spengler, hemos de concluir con el papel fundamental que juega su obra sobre el auténtico propósito de toda la filosofía de Heidegger: la búsqueda del Ser.

                       M. Heidegger

Después de explorar la vía de la fenomenología del Dasein y de agotar los estudios exhaustivos sobre los pensadores que han contribuido a ofrecer las trazas que tras de sí va dejando el Ser, Heidegger se decanta por el estudio del lenguaje. Pero se trata de un tipo concreto de lenguaje, el lenguaje poético, y parece encontrar en Hölderlin el transmisor más adecuado del mismo, posibilitando así la aletheia, el desvelamiento del Ser.

Encontró en los versos de Hölderlin, y en la concepción del arte y de la filosofía que a través de ellos nos transmite, el modo más adecuado de acercarse al Ser y tener la oportunidad de descubrirlo. La poesía representa la luminosidad necesaria para aprehender el Ser, este lenguaje poético es la casa del Ser, como llegaría a afirmar.

“Pero donde está el peligro, 
 crece también lo que salva”.

Inspirándose en estos versos de Hölderlin, Heidegger introduce este carácter salvador de la poesía y del arte en general, constituyéndose así en las únicas vías de acceso al Ser, y por tanto, a nuestro propio yo, como han defendido otros pensadores, dentro y fuera del ámbito de la filosofía (8).

La poesía, tal y como está presente en esta obra de Hölderlin, se convierte en el vehículo más auténtico y apropiado para conducirnos hacia el reencuentro con nosotros mismos, con lo que somos, lo que hemos olvidado y sabemos que queremos rescatar. Y así, la creación nos conduce a la magia, a la trascendencia, al Ser, a lo sublime, a lo humano.

Notas:

1.Tal distanciamiento se produce a partir de 1807 con la publicación por parte de Hegel de su Fenomenología del espíritu, donde el filósofo alemán intenta asemejar la filosofía a la ciencia, siguiendo la sistematización propia del idealismo absoluto. Hölderlin, por el contrario, se decanta por una visión más libre de la filosofía, y su referente no será la ciencia, sino la poesía.

2. El personaje de Diotima aparece en El Banquete de Platón, donde Sócrates afirma que fue ella quien le instruyó acerca del amor y su relación con el conocimiento y la inmortalidad.

3. Sais es el nombre griego que recibe la capital del Bajo Egipto, al oeste del delta del Nilo, donde estudiaron y permanecieron durante muchos años algunos de los filósofos griegos más prestigiosos, aprehendiendo la esencia de concepciones ancestrales que más tarde serían sistematizadas por la tradición occidental.

4. El hilozoísmo reaparece en los siglos XVIII y XIX entre algunos científicos y filósofos defensores del naturalismo.

5. No en vano, Hiperión emprende un viaje a su Grecia natal, referente de sus orígenes, no solo geográficos, sino también emocionales, existenciales y filosóficos, con objeto de reencontrarse consigo mismo.

6. Tal expresión no solo da título a  una de las obras más emblemáticas de S. Freud, sino que simboliza uno de los caracteres más propios del ser humano actual, por la pérdida del mundo interior a la que nos ha llevado la artificialidad cultural y social que hemos construido.

7. J. E. Cirlot: Diccionario de símbolos. Ediciones Siruela, Madrid, 2011.

8. El arte será el bálsamo ante el mundo real utilizado también por pensadores como W. Benjamin, quien reclamará su aura perdida en el sistema mercantilista al que ha sido sometido. También será la vía de escape para escritores como C. Bukowski, H. Miller, J. Fante o A. Moore, quienes defienden  abiertamente la capacidad del arte, de la literatura, de la creación, como las únicas sendas que pueden salvarnos del mundo real cuando no nos resignamos a someternos a sus convencionalismos y exigencias.

 

Patricia Terino
Patricia Terino
Soy Patricia Terino, licenciada en filosofía, profesora y escritora. En este sitio encontrarás todos mis trabajos en el ámbito de la literatura, la filosofía y la crítica social, con el fin de despertar tu interés por el análisis y la reflexión sobre la realidad.

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