“Tengo que fregar el suelo de nuevo.
Rápidamente
es abducida.
Los cerdos de la fisura
aparecen de nuevo.
Cualquiera diría que ha habido una guerra.
¿Me hiciste una promesa? Gemí
desde los pulmones y el estómago
bramando libertad”.
Joanne Kyger, fragmento de su poema Ella se acerca…
“Bramando libertad”, como tantas a lo largo de la historia, la que es de todas, la que todas compartimos, la que hemos heredado, y también la que es nuestra, nuestra historia personal y única, pero a la vez común a las que nos precedieron, a pesar del tiempo y de la distancia. “Bramando libertad” es el grito implorante del último verso de este poema de Joanne Kyger, una de las máximas exponentes de la llamada Generación Beat norteamericana en su versión femenina, a pesar de los frustrados intentos del sistema patriarcal por silenciar a las mujeres que formaron parte de este movimiento, consagrando un estilo literario que aúna a la perfección el más puro realismo sucio y vulgar de la cotidianeidad mísera que a veces se retrata, con la lírica intrínseca a la trascendentalidad de todo acontecer.
En España no tuvimos una Generación Beat al uso, pero sí una de mujeres que intentaron abrirse paso en un entorno tradicionalmente dirigido a los hombres, como otros tantos ámbitos de la vida de los que las mujeres han sido excluidas hasta no hace demasiado tiempo. La literatura, al igual que cualquier otra manifestación artística e intelectual de carácter público, ha sido un terreno más difícil de recorrer si cabe para las mujeres de un país inmerso en el conservadurismo ideológico, en la ausencia de libertad, en la censura y la represión dirigida hacia la ciudadanía desde el régimen franquista.
Muchos de los textos y poemarios de algunas de las escritoras de la citada Generación Beat fueron requisados y retirados de las librerías por ser considerados obscenos, impropios de una mujer o de lo que se espera de ella. Las escritoras españolas seleccionadas en esta antología ni siquiera tuvieron la oportunidad de permitirse expresar esas obscenidades de las que fueron acusadas y censuradas sus colegas norteamericanas. No hablaron de su propio cuerpo, ni de la exploración de su sexualidad, ni relataron experiencias íntimas que pudieran comprometerlas, aunque tuviesen, como tantas otras, la necesidad de expresarlas y volcar todo ese mundo interior a la obra de arte, en este caso, literaria. Y no hubo que hacerlo a modo de transgresión porque las historias contadas en los relatos que se exponen a continuación ya suponen un desafío al orden establecido, en primer lugar, porque hablamos de escritoras en femenino, de mujeres que no se resignaron a adoptar los roles que el sistema y la propia sociedad construida en torno a él ha impuesto para nosotras; y, en segundo lugar, porque la realidad que retratan en muchas de sus obras refleja la decadencia de una sociedad que reclama transformación en todos sus ámbitos, y todo ello plasmado y enmascarado sobre una ficción que debía superar todos los filtros de una férrea censura para su aprobación.
Esa percepción de la mujer como intrusa en un terreno que no le corresponde también se aprecia en algunos de los relatos propuestos, así como la denuncia de unos estereotipos que empezaban a desmoronarse irremediablemente gracias a una toma de consciencia tardía pero eficaz sobre la libre disposición que se ha hecho de nosotras, de nuestro cuerpo y de nuestra vida, como si estos no nos pertenecieran.
“Tenía que cruzar el salón y la admiración que comprobó en las miradas de los hombres sobre ella, la halagó por él. Se había vestido con esmero(…) A los hombres les halaga que le envidien a la mujer que llevan al lado. Aunque esta no les interese”.
(La prueba, Carmen Nonell).
La pobreza, las penurias, las dificultades económicas y existenciales que rodean a los personajes, la brecha social que separa a los más necesitados de las clases acomodadas y la relación de pseudovasallaje que estas mantienen con aquellos a su servicio, son algunas de las cuestiones tratadas en estos relatos escogidos, donde coexisten las temáticas más clásicas sobre el retrato de una sociedad enquistada en el conservadurismo y las desigualdades, con recursos literarios innovadores que comienzan a marcar el camino de la narración contemporánea. La intromisión de la reflexión del protagonista en primera persona sobre el relato del narrador omnisciente, a través de oraciones cortas, contundentes y expresivas es un ejemplo de ello, como lo ilustra Concha Fernández- Luna en Julián “el Laílla”:
“¿Dónde puede haber ido? Repasó pensativo. Al rosario. Un hondo resquemor le empezó a aguijonear. Ahora me zumba. Hoy sí que me la he ganado por tonto, seguro. No hay quien me libre de esta. Pero cierta secreta esperanza le alentaba por dentro también. Vaya. Hizo una mueca de pícaro. Me enjuago un poco las manos”.
Cortes intimistas, rayando en la desesperación y el desarraigo propios de la literatura existencialista, como nos muestra Ana Isabel Álvarez Diosdado en uno de sus monólogos internos de Como el agua y el humo:
“Sentir que la vida, las cosas tangibles que componen la vida, se escapan de las manos como el humo, no saber cuál es el límite entre lo real y lo soñado, despertar cada mañana con un gusto a milagro entre los labios y tener que negar a Dios para seguir viviendo”.
La narración de lo cotidiano, el retrato de un momento concreto, de una situación sin ánimo de trascendentalidad, la exposición de lo sencillo, de lo bello, lo que hacemos nuestro por lo espontáneo de los recuerdos que nos suscita, también está presente en esta colección.
“Dolores se había puesto pálida y miraba horrorizada en torno suyo; pensé que Fernando había llevado sus bromas demasiado lejos, asustándola y haciendo que todos los que estaban en aquel salón nos mirasen ahora y hablaran en su idioma de nosotros. Siempre tenía que estropearlo todo, y esta no era la primera vez, pero sí podía ser la última. Me pareció una vieja asustadiza de mal agüero y no pude contenerme”.
(Como un rumor, Felicidad Orquín).
Y la narración cercana, en primera persona, casi a modo de diario revelador de inquietudes, miedos, liberaciones o deseos ocultos, envuelto todo ello en recursos sorprendentes que crean de manera magistral un clima de misterio relatado desde una perspectiva personal, como consigue Carmen Saint-Martín en Mi santa madre, atrapándonos por completo desde el comienzo del relato hasta su inquietante final:
“Debe tratarse de alguna equivocación. Repaso de nuevo las facturas. Si hubiera equivocación no se repetiría en todos los meses ni en todas las facturas… La cuenta de la electricidad es enorme. ¿A qué puede obedecer un gasto tan enorme de energía? Sigo revisando los papeles. Hay uno en que con letras pequeñas y grandes números dice: “fecha del nacimiento de mi hijo”. Pero no pone el día, ni el mes del acontecimiento, tan solo la fecha escueta del año… Ahora recuerdo que solía repetírmelo con cierta periodicidad”.
A pesar de las dificultades de ser escritora bajo un régimen dictatorial y convivir con la ideología del poder, del dominio y del control sobre la mujer, lo cierto es que ni siquiera tales adversidades impidieron que muchas de las escritoras a las que se dedica esta obra fueran galardonadas, premiadas u homenajeadas por su labor literaria en momentos difíciles de nuestra historia reciente. Entre las escritoras seleccionadas contamos con periodistas, dramaturgas, guionistas, pintoras, maestras, editoras, traductoras e incluso arabistas, como es el caso de María Jesús Rubiera. Todo un elenco de mujeres intelectuales que si bien representaba, sin duda, a una minoría privilegiada que sitúa el grueso de su obra y actividad en torno a la década de los sesenta, también es cierto que abre la veda de una tendencia imparable que llega hasta nuestros días, marcando un camino de no retorno en la lucha por nuestra libertad acerca de nuestras decisiones, nuestras motivaciones, nuestros proyectos vitales, nuestro modo de expresarnos y de habitar el mundo. Fueron un ejemplo para todas las que hoy seguimos sus pasos en la literatura, continuando con todo un proceso de descubrimiento, de exploración acerca de nosotras mismas a través de la obra, incorporando todo lo que hemos aprendido de nuestras antecesoras.
No tuvimos una Generación Beat, pero sí un legado que reconocer, valorar y transmitir, que no podía llegar en mejor momento que en este, cuando hemos aprendido a alzar nuestras voces para que sean escuchadas y atendidas, llenas de la fuerza con la que nos han dotado aquellas que nos precedieron, y hemos conseguido ser partícipes de un mundo que nos había mantenido silenciadas, para no callar nunca más.
Patricia Terino
Mayo, 2018.
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