Primer día de clase (publicado en 1ª Antología de relato corto, Serial Ediciones)

Nueve de la mañana y llego al que será mi nuevo centro de estudios durante al menos los próximos cinco años. Leo de nuevo las listas de admitidos para comprobar que mi nombre sigue ahí. Y así es, Lía Ayuso, posición número cinco, de 198 matriculados. Tenía buenas calificaciones, así que sabía que estaría de las primeras. Busco mi aula. F-1, es esta. Sus dimensiones no me impresionan, no es mucho mayor que las del instituto. Esperaba una sala enorme, con capacidad para doscientas personas, con gradas y una tarima elevada para el profesor. Demasiadas películas americanas, supongo.

Hay mucha gente, justo la mitad de esos 198 admitidos, porque el resto va al turno de tarde. Aún así me parecen muchos. No conozco a nadie. Me pongo nerviosa, no se me dan bien las relaciones sociales. Apenas hay espacio en el aula para todos. De hecho, ya no quedan asientos. Me coloco de pie, al fondo de la clase, junto a unas quince personas más. No hablo con nadie, solo observo y siento que me observan, especialmente un tipo de pelo largo y rizado. Me gusta su aspecto. Intento no mirarle directamente pero él sí lo hace conmigo. No sé si es que quiere echarme un polvo o simplemente le parezco una chiflada más de la facultad de Filosofía.

Entra un tío, sube a la tarima, supongo que es el profesor, uno de los profesores, aunque me parece muy joven. Comienza a hablar, se presenta, nos da la bienvenida y entabla una especie de discurso, que poco a poco va dirigiendo hacia la construcción de una disertación para concluir con una serie de reflexiones en torno al saber filosófico, al conocimiento humano y al propio devenir. Su tono se vuelve pragmático y nos habla de la importancia de los distintos idiomas sobre los que debemos estar versados para el estudio de la Filosofía y de los grandes maestros de la misma. Se centra especialmente en el alemán, de hecho, comienza a hablar en alemán, incidiendo en la relevancia del mismo para nuestro inmediato comienzo en esta carrera.

Ahora estoy más nerviosa que antes. No conozco ni una sola palabra en alemán. El tío vuelve al castellano. Insiste en que el alemán es imprescindible para el estudio de esta materia. ¿En serio? Empiezo a agobiarme, a preguntarme qué estoy haciendo allí, nadie me había advertido de esto. Yo solo quería aprender, instruirme, encontrar respuestas y convertirme también en una de las grandes, como los pensadores a los que admiro. De repente el tipo se pone a leernos unos textos de Hegel y nos insta a abandonar la carrera que aún no hemos empezado si no somos capaces de comprender lo que acaba de leernos, porque nos asegura que esto es solo el principio. Pero ahora que habla y lee en castellano no me asusta. Ni Hegel ni todo el idealismo alemán me intimidan. Ahora me muevo en mi terreno, los textos, la interpretación, las ideas, la reflexión. Cierto que tengo una cuenta pendiente con el alemán, pero ya la saldaremos. Ahora mi entusiasmo va en aumento al escuchar los fragmentos de la Fenomenología del Espíritu que el tipo sigue leyendo. Y cuando termina, nos propone sacar papel y bolígrafo para hacer una prueba de nivel sobre algún emblemático pensador alemán. Se decanta por Kant. Ya no siento ningún temor, me alegro de estar allí y tener la oportunidad de desmembrar el trascendentalismo kantiano para volver a componerlo a través de la Crítica de la razón pura y demostrarle a este presuntuoso que puedo hacer un trabajo excelente sin saber todavía alemán. Acabo de sacar un 10 en el examen de Filosofía de selectividad, aunque no escogí a Kant, sino a Nietzche. Pero Kant me fascina igualmente, el llamado giro copernicano, transformando la noción de conocimiento, el espacio y el tiempo como realidades aportadas por el sujeto, las categorías del pensamiento, la síntesis entre intuición e intelecto… Toda su epistemología me cautiva, no así su teoría ética, fruto de un conservadurismo moral y religioso digno de ser psicoanalizado.

Las ideas me fluyen sin control alguno, encadenándolas, contraponiéndolas, relacionándolas, anticipando lo que será la conclusión de un discurso, de una reflexión que solo había elaborado hasta entonces en mi mente y que ahora puedo compartirla y exponerla a la crítica o a los elogios de los expertos. Y tan imbuida estoy en el despliegue de conceptos que intento encadenar con coherencia sobre el papel, que ni siquiera me percato de que el tipo que decía ser nuestro profesor de Antropología se ha marchado ya, y en su lugar hay sentada una mujer de mediana edad, de unos cuarenta y largos años, de baja estatura, ojos grandes y sonrisa agradable, y que poco después, se convertiría en mi introductora al mundo del psicoanálisis, el feminismo y la filosofía crítica. El pedante anterior resultó ser un alumno de quinto curso que decidió, junto con el resto de sus compañeros, gastar una broma a los pobres novatos que iniciaban su andadura por la Filosofía. Y yo, haciendo gala de mi ingenuidad, me he creído todo lo que nos ha contado. Mezcla de inocencia e inmadurez aún, supongo. Pero me ha gustado el reto propuesto y me ha gustado sentir que estaba preparada, a pesar del alemán.

Los profesores van sucediéndose, una hora tras otra. Muy pocos de ellos me parecen realmente competentes. Los alumnos son estúpidos en su mayoría, por lo que observo en su comportamiento. Otros creen ser ya auténticos filósofos y formulan preguntas de apariencia enrevesada pero poco inteligentes.

Me siento en una de las sillas que queda libre. El tío de pelo largo sigue mirándome. La opción de parecer una chiflada gana fuerza después de haberme visto escribir como una loca sobre Kant cuando todos hablaban y reían. Todavía no he hablado con nadie.

Última hora. Último profesor. Ontología. Me gusta. Se aprecia enseguida que domina su materia. Desborda entusiasmo y conocimiento por doquier. Sus sentencias son aplastantes. Poco después me entero de que es uno de los pocos investigadores de la facultad y uno de los principales fenomenólogos del momento. Y sus clases así lo demostrarían.

El primer día de clase ha terminado. El tío de pelo largo se me acerca. Me saluda.

– Soy Juan.
– Yo, Lía.
– ¿Eres de aquí?
– Sí, ¿y tú?
– No, soy de Río Tinto, pero voy a vivir aquí con unos amigos. ¿Quieres que vayamos a tomar algo?
– No bebo, pero te acompaño. 

Hablamos durante un par de horas. Ha llegado a Filosofía de rebote. No quedaban plazas en Psicología. Es un tipo interesante. Me ha hablado de psicoanálisis y de sus grandes, de Freud, de Jung, de Lacan. Y yo he añadido a Marx y a Nietzsche a esa lista de maestros que me acompañarían siempre.

Me invita a su piso. Está cerca de la Facultad. Sus compañeros no están. Preparamos unos macarrones con queso para almorzar. Seguimos hablando y tonteando mientras comemos. Paso allí el resto de la tarde. Y mi primer día en la universidad termina muy bien.

 

Patricia Terino
Patricia Terino
Soy Patricia Terino, licenciada en filosofía, profesora y escritora. En este sitio encontrarás todos mis trabajos en el ámbito de la literatura, la filosofía y la crítica social, con el fin de despertar tu interés por el análisis y la reflexión sobre la realidad.

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