Esta obra de Dostoievski (1864) representa, a mi juicio, uno de los puntos de partida de la literatura moderna, tanto por la temática tratada como por el estilo innovador al que recurre el autor. En su primera parte destaca especialmente el diálogo que mantiene su narrador y protagonista consigo mismo y con los propios lectores, a los que se dirige constantemente a pesar de haber especificado que su relato no había sido escrito para ser leído. Esta es una de las múltiples contradicciones internas a las que está sometido el personaje, fruto del sometimiento a la cultura, a la civilización y, en definitiva, al sistema imperante, del que es víctima el ser humano moderno.
Y esta es la auténtica cuestión, presente a lo largo de la obra, donde Dostoievski refleja de un modo magistral el malestar interno de todos aquellos ciudadanos conscientes de nuestro servilismo hacia el sistema y el orden establecido. Muestra de forma clara la apatía, la náusea, el hastío de un individuo asqueado por su entorno, furioso con un mundo que “progresa” transgrediendo constantemente las Leyes de la Naturaleza.
Para ello, el autor se sirve de la más pura antropología filosófica, apelando en repetidas ocasiones a la moralidad, a la voluntad, a las emociones y al propio concepto de subsuelo, empleado con la genialidad propia de Dostoievski para representar, entre otras cuestiones, nuestro estadio interno más íntimo, allí donde anidan sentimientos de toda índole, desde la perversión hasta un inesperado deseo de reconciliación con el mundo y con los sujetos que en él habitan. Incluso podríamos referirnos al subsuelo en términos psicoanalíticos, asemejándolo al inconsciente freudiano, aquel lugar de la mente regido por las emociones, los sentimientos, los deseos, lo irracional y por todo aquello que ha sido reprimido por alguna razón, refugiándose en este lugar de la mente para aflorar solo de forma muy sutil ante el estímulo adecuado. A esta afección la llamamos neurosis, a cuyo estudio Freud dedicó gran parte de su vida, concluyendo que la inmensa mayoría de la sociedad occidental sufre esta patología, dados los continuos actos de represión de los instintos naturales a los que nos someten la cultura y la sociedad modernas. El propio Freud hizo un análisis de la obra de Dostoievski, destacando la maestría del autor para reflejar como decíamos, el complejo mundo interior del individuo contemporáneo.
Esta conciencia juega un papel decisivo en la vida del sujeto moderno, y del protagonista de la obra concretamente, pues es la facultad que le permite conocer cómo funciona el mundo y en qué se ha convertido. Y precisamente por ello, la conciencia se torna un arma de doble filo, puesto que por un lado nos facilita el contacto con la auténtica realidad, pero a su vez nos colma de impotencia por nuestra fragilidad ante un sistema que controla todos los ámbitos de nuestra vida. Y tras la impotencia se suceden la furia, el resentimiento, el desprecio, el hastío y, en definitiva, el malestar interior que padecen todos aquellos que se percatan del vínculo roto entre el ser humano y la naturaleza. Esta novela manifiesta claramente la actitud propia de la corriente intelectual eslavófila a la que se adscribe Dostoievski, en contraposición a la rama occidentalista, preocupada por la modernización de la Rusia del S. XIX mediante la transmisión de los valores, principios, costumbres y modelos occidentales en todos los ámbitos de la ciudadanía. Esta influencia ejercida por Occidente se traduce en las múltiples reformas acometidas por el gobierno ruso durante este período, especialmente en la Administración, que establece a partir de este momento un estricto programa burocrático, cuya consecuencia inmediata es la clasificación de los funcionarios y ciudadanos en distintos niveles o categorías. Es lo que se conoció como la “Tabla de los Rangos”. Esta situación la refleja a la perfección Dostoievski a través del protagonista de la obra, el hombre del subsuelo, como lo han denominado muchos analistas, un funcionario que deja su trabajo después de veinte años de servicio a un sistema que destruye la naturaleza de las personas, vuelve artificial el entorno que nos rodea y anula nuestra conciencia a través de múltiples mecanismos con el fin de evitar posibles subversiones.
Este prototipo de antihéroe, como ha sido calificado por muchos estudiosos de la obra de Dostoievski, así como el contenido y trasfondo propio de la novela, resultan ser el antecedente de otros personajes e importantes novelas posteriores, cuyos autores abordaron esta problemática desde una perspectiva radical, inmersa en una ficción que no dista mucho de la realidad. Tal es el caso de escritos como Un mundo feliz, de A. Huxley, 1984, de G. Orwell o Fahrenheit 451, de R. Bradbury.
Desde el propio ámbito de la filosofía, de la que está colmada esta obra, como decíamos, también encontramos continuadores de esta labor crítica que Dostoievski lleva a cabo desde el mundo interior del individuo, pues son muchos los pensadores y corrientes que especialmente desde el S.XIX han denunciado la progresiva deshumanización a la que nos condena la artificialidad del sistema que hemos construido. Así, el paralelismo es patente entre las ideas de Dostoievski manifestadas en esta obra y los llamados pensadores de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud, la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, el existencialismo, el segundo Heidegger, el estructuralismo o el pensamiento postmoderno, por citar a algunos de los continuadores, desde el ámbito de la filosofía, del pensamiento crítico que Dostoievski desarrolla en esta obra, colmando de sentido y de consciencia a las generaciones futuras, quienes se enfrentan irremediablemente a un mundo mucho más complejo y artificial que el conocido por el hombre del subsuelo.