«El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían temer al pueblo».
V de Vendetta (Alan Moore)
«Cómo puede ser que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas naciones aguanten alguna vez a un tirano solo, el cual solo tiene el poder que aquellos le dan».
Étienne de la Boétie
Entre estas dos citas se interponen más de cuatrocientos años de distancia, pero ambas representan la actitud crítica que ha guiado a numerosos grupos humanos a lo largo de nuestra historia en la lucha por la libertad.
En 1546 La Boétie escribe el Discurso de la servidumbre voluntaria, un texto verdaderamente revolucionario, no solo por las ideas contenidas en él, sino también por el modo de dirigirse al pueblo, al que interpela constantemente en esas páginas.
El manuscrito aparece en una época repleta de transformaciones en todos los ámbitos que rodean al ser humano. Tras el primer impulso del Renacimiento y el cambio de paradigma que este posibilitó, se sientan las bases de la Modernidad y se gestan los principios que irremediablemente nos conducirían al mundo tal como hoy lo conocemos (1).
El Discurso se inserta en el contexto de una recién estrenada revolución científica, que comenzaba su andadura unos años antes, con la publicación de La revolución de los orbes celestes (1543), de N. Copérnico, cuyo modelo heliocéntrico expuesto en la obra, se erigirá como referente de la mayoría de los científicos posteriores, quienes tuvieron que padecer la persecución de la iglesia católica por las múltiples acusaciones de herejía por las que fueron condenados (2).
El Renacimiento deja su huella también en el arte, la literatura, la música, la política, la sociedad, la cultura, ahora impregnada del antropocentrismo que trajo consigo el movimiento. Y precisamente el humanismo renacentista ejercerá su influencia también sobre los principales propiciadores de la Reforma Protestante, que dará lugar a las grandes y largas guerras europeas por la religión.
Es principalmente en este contexto religioso donde se ha ubicado el Discurso de La Boétie, entendiéndolo como una denuncia hacia la concentración del poder en el catolicismo. Pero a mi juicio, este análisis superficial del objeto de esta obra no responde más que a una estrategia por parte del orden establecido para disuadir a la ciudadanía de lo que representa su auténtico contenido, insertándolo en un conflicto propio del momento sin más relevancia que la disputa entre las dos grandes ramas del cristianismo por la obtención de mayores cotas de poder.
El mensaje transmitido por el texto, por otra parte incendiario en muchos de sus fragmentos, pasaría más fácilmente desapercibido si consiguiera ubicarse en una línea más o menos crítica con la situación política, social y religiosa de la Francia del S.XVI, sin otorgarle mayor trascendencia que la de la denuncia desde una perspectiva intelectual, puesto que la difusión de las ideas desprendidas del Discurso resultarían harto peligrosas para aquellos que ostentan y concentran en sus manos el poder.
Considerado por muchos pensadores y teóricos políticos como un precursor del anarquismo, los principios enunciados en el manuscrito suponen una defensa absoluta de la libertad y una llamada al pueblo a recuperarla recordándole lo que esta representa para los hombres y mujeres, quienes parecen haberla olvidado y enterrado bajo el yugo de la opresión.
«Pero, en verdad, es inútil debatir si la libertad es natural, pues a nadie se le puede hacer siervo sin hacerle daño, y nada hay en el mundo más contrario a la naturaleza, que es totalmente razonable, que la ofensa. Así pues, no queda sino que la libertad sea natural, y, por el mismo razonamiento, en mi opinión, que no solamente hemos nacido en posesión de nuestra libertad , sino también con la pasión de defenderla.«
Escrito a los dieciséis años de edad (3), la obra responde al entusiasmo propio de un joven erudito (4), quien apela efusivamente a la libertad como instinto natural que debe ser extrapolado al plano de la praxis. Se indigna constantemente ante la pasividad de un pueblo que se resigna sin más al dominio y a la tiranía ejercida contra él, e invita a la ciudadanía a rebelarse contra este que les subyuga.
Y para ello, en ningún momento de su discurso apela a actitudes o comportamientos violentos para devolver la libertad a quienes se les ha privado de ella, sino que opta por un derrocamiento pacífico del tirano, basado en el incumplimiento de sus preceptos, convirtiéndose así en un auténtico defensor y precursor de la desobediencia civil, allá donde la legalidad no coincide, o incluso es contraria, a la moralidad y a la justicia.
«Los tiranos, cuanto más pillan, más exigen, cuanto más arruinan y destruyen, más se les da, más se les sirve, tanto más se fortifican y se hacen siempre más fuertes y vigorosos para aniquilar y destruirlo todo. Pero si nada se les da, si no se les obedece, sin combatir, sin golpear, se quedan desnudos y son derrotados, y ya no son nada, como las ramas que se secan y mueren cuando la raíz se queda sin humores o alimentos.«
La Boétie señala a la costumbre como primera causa de esta servidumbre voluntaria, fortalecida a su vez por todos aquellos mecanismos de control que el poder establecido despliega sobre la ciudadanía para impedir su insurrección. Así, además del terror, convertido en una tendencia recurrente por el sistema desde la antigüedad, el autor menciona algunas estrategias más sutiles que proporcionen al pueblo la catarsis necesaria para afrontar la opresión a la que debe habituarse (5).
«Es asombroso que se abandonen tan prontamente, solamente con que se les regale un poco. Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, las bestias extrañas, las medallas, los cuadros y otras bagatelas semejantes fueron para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Este medio, esta práctica, estas seducciones utilizaban los antiguos tiranos para adormecer a sus súbditos bajo el yugo. Así, los pueblos, atontados, encontrando bellos estos pasatiempos, distraídos por el vago placer que les pasaba ante los ojos, se acostumbraron a servir tan neciamente como los niños pequeños.«
Y ciertamente, el poder de la costumbre es tan acusado en la ciudadanía, que consigue superar a la naturaleza y al propio instinto de libertad derivado de esta. La Boétie nos sitúa en este caso frente al viejo debate entre physis y nomos, entendiendo este último como ley, costumbre o, en términos más amplios, como hicieran los sofistas en la antigüedad, como cultura, contraponiendo esta al concepto de naturaleza. El nomos representa todo lo artificial, todo aquello que hemos de pactar o convenir en aras de nuestra propia subsistencia en sociedad. Elnomos coarta, reprime, inhibe nuestros instintos y deseos más naturales, por ello, los ya mencionados sofistas alertaban del peligro que esto suponía, de las consecuencias que traería consigo el progresivo distanciamiento de la naturaleza y de todo aquello de lo que estamos constituidos.
Este concepto de costumbre, reforzado además por el adoctrinamiento, nos dirige hacia la resignación, a la inactividad, al conformismo y, en definitiva, a la renuncia a la libertad como derecho elemental, impidiendo cualquier posibilidad de transformación o inversión del orden y modelo imperante.
«Pero, ciertamente, la costumbre, que en todo tiene un gran poder sobre nosotros, para nada tiene mayor fuerza que para enseñarnos a servir y para enseñarnos a tragar y no encontrar amarga la ponzoña de la servidumbre (…) La naturaleza tiene menos poder sobre nosotros que la costumbre, porque el natural, por bueno que sea, se pierde si no es mantenido, y la educación nos hace siempre según es su forma, sea como sea, a pesar de la naturaleza.«
Y para escapar a estas ataduras de la costumbre y a la fuerza que el adoctrinamiento ejerce sobre el pueblo sometido a la misma, La Boétie recurre al poder del conocimiento, el viejo y ancestral enemigo de todo orden imperante, proporcionando la toma de conciencia necesaria que permita arrojar luz sobre la aflicción de la ciudadanía, intentando, por ende, revertir dicha situación.
«Son estos los que, de buena gana (pues tienen un entendimiento claro y un espíritu clarividente), no se contentan, como el grueso populacho, con contemplar lo que está ante sus pies (…) Son los que teniendo su cabeza bien hecha, todavía la han pulido mediante el estudio y el saber; los que aun cuando la libertad estuviera totalmente perdida y arrojada del mundo, la imaginan y la sienten en su espíritu, y todavía la saborean, y la servidumbre no es de su gusto por mucho que se la adorne (…)
Los libros y la doctrina dan a los hombres, más que cualquier otra cosa, el sentido y el entendimiento para reconocerse y odiar la tiranía.«
Pero sin duda, uno de los puntos más controvertidos del Discurso es la identificación que La Boétie lleva a cabo entre el disfrute efectivo de la libertad y el deseo de la misma, señalando al propio pueblo como único responsable de su opresión, pues la ciudadanía no es libre de facto porque ha olvidado que puede y debe serlo, por lo que permite que los gobernantes, en quienes radica el poder, se perpetúen en el mismo mientras el pueblo permanece callado, posibilitando con su resignación y su consentimiento, el reforzamiento del propio sistema.
Son muchos los que han criticado esta visión del autor y el tono arrogante con el que interpela al pueblo para que despierte, para que no consienta más abusos por parte del sistema injusto en el que viven inmersos, argumentando dichos teóricos que resulta relativamente cómodo lanzar ataques a un pueblo impasible, en este sentido, desde una posición privilegiada como la de La Boétie, quien por otra parte, formaba parte activa de este orden al que denunciaba con vehemencia (6), si bien es cierto que lo hizo con ánimo de transformar las instituciones de las que participaba.
«Aquel que tanto os domina solo tiene dos ojos, solo tiene dos manos, solo tiene un cuerpo, y no tiene nada más de lo que tiene el menor hombre del gran e infinito número de vuestras ciudades, a no ser las facilidades que vosotros le dais para destruiros. ¿De dónde ha sacado tantos ojos con que espiaros, si no se los dais vosotros? ¿Cómo tiene tantas manos para golpearos si no las toma de vosotros? Los pies con que pisotea vuestras ciudades, ¿de dónde los ha sacado si no son los vuestros? ¿Cómo es que tiene algún poder sobre vosotros si no es por vosotros? (…)
Y de tantas indignidades que las mismas bestias, o no las sentirían, o no las soportarían, vosotros podéis libraros si intentáis, no ya libraros de ellas, sino simplemente querer hacerlo. Resolveos a no servir más, y seréis libres. No quiero que os lancéis sobre él, ni que le derroquéis, sino, solamente, que no le apoyéis más, y le veréis entonces como un gran coloso al que se le ha retirado la base y se rompe hundiéndose por su propio peso.«
No sería riguroso abrazar sin más las tesis de La Boétie en este punto sin atender de manera más exhaustiva a las complejidades de la naturaleza humana, muchas de ellas señaladas por el propio autor, en cuanto a la cuestión de la libertad se refiere. Pero sobre todo, no sería justo convenir plenamente con La Boétie en declaraciones como las anteriormente reproducidas porque supondría olvidar o, cuando menos, restar importancia a todos aquellos hombres y mujeres, todos aquellos grupos humanos que nunca doblegaron su espíritu ante los poderosos. Nos transmitieron su legado a través de todas las épocas históricas y contextos de diversa índole por medio de las grandes revoluciones y otras no tan conocidas e incluso denostadas por la tradición (7), donde dejaron constancia de que efectivamente, podemos hablar de ese instinto de libertad al que han apelado muchos (8) como nota esencial de nuestra naturaleza humana.
Todos estos actos de rebeldía, todas estas luchas por la libertad y la dignidad humanas sucedidas a lo largo de la historia, demuestran que no siempre este pueblo al que se dirige La Boétie está dormido, no siempre permanece callado, aunque sus intentos por devolver a la ciudadanía lo que a esta pertenece no hayan sido fructuosos por las respuestas atroces que ha recibido por parte del orden constituido cualquier intento de insurgencia o disidencia al respecto.
Pero este espíritu de lucha, de transformación hacia un nuevo modelo social y político del que todos y todas seamos partícipes, este anhelo de libertad, llega hasta nuestros días y sigue presente en nosotros, como lo estará en las generaciones futuras.
Nuestro mundo se ha vuelto más complejo que la realidad que vivió La Boétie en el S.XVI; las estrategias de dominio y control por parte del sistema se han incrementado y sofisticado, puesto que se ha rebajado en alguna medida el recurso indiscriminado a la violencia y el terror extendidos por sociedades no tan pasadas ni lejanas en el tiempo, para ser sustituidos por mecanismos más sutiles (aunque no por ello menos eficaces, sino más bien todo lo contrario, ya que que pasan más fácilmente desapercibidos por la población).
Pero, al mismo tiempo, seguimos compartiendo con este joven indignado tantas actitudes, tantos anhelos, tantas reclamas ciudadanas, que la frontera erigida entre su época y la nuestra se disipa. Sus deseos y pretensiones son también las nuestras, y su conciencia es la nuestra, porque hoy estamos convencidos, como lo estaba La Boétie, de que la conquista de la libertad y de los derechos ciudadanos intrínsecos a la misma solo puede venir dada por la propia ciudadanía.
Notas: