Los Minions, un ejemplo más del poder de la industria cultural

Las críticas que leí sobre esta película antes de ceder a la insistencia de mis hijos por llevarles al cine a verla, hablaban de un largometraje divertido, ambientada en la maravillosa década de los sesenta, acerca de las aventuras que viven estos seres ancestrales (tal como plantea la trama) en busca de un supervillano para el que trabajar como esbirros.

Lo que no mencionaba ninguna de estas reseñas es el funesto mensaje que de manera absolutamente explícita transmite la película a nuestras generaciones futuras, haciendo una apología descarada y sin ningún tipo de pudor, del servilismo, del poder establecido y de la necesidad vital de doblegarse ante el líder, culminando todos estos valores en una defensa sin disimulo de la monarquía británica en este caso, donde la reina Isabel II se erige, con la ayuda de los simpáticos Minions, como reinstauradora de la paz y el orden perdidos, haciéndolo a través del modo en que sucede también en el mundo real: la concentración del poder jerarquizado e institucionalizado. Y para que no nos olvidemos en ningún momento de quiénes son estas minorías que ostentan este poder, la película nos deleita con medios planos de placas con la tradicional leyenda «God save the Queen» en alguna que otra escena.

Uno de los tintes, a mi juicio, más sorprendentes de estos mensajes, que en ningún caso son subliminales, sino que se transmiten sin ningún tipo de contemplación, es la presentación que se hace de esta defensa del servilismo como fuente de la felicidad, pues en palabras del propio narrador al introducir la trama, se afirma literalmente, y casi en términos filosóficos me atrevería a decir, el hastío ante la vida y el vacío existencial en el que quedan inmersos estos pequeños protagonistas sin un líder ante el que rendir cuentas y al que obedecer, otorgando así sentido a su quehacer cotidiano.

El planteamiento básico de este mensaje es la alienación a la que nos conduciría la libertad sobre nosotros mismos o como colectividad para tomar nuestras propias decisiones sobre los asuntos que nos incumben; el extrañamiento interior al que sucumbiríamos sin la referencia a una entidad superior ante la que someternos y encontrar seguridad. Pero las interpretaciones y consecuentes repercusiones de estas ideas requerirían un análisis exhaustivo desde la óptica filosífica y política más allá de estas líneas.

En un escenario como este resulta imposible no establecer paralelismos con el mundo real y el funcionamiento del mismo en materia de dominio y control sobre la ciudadanía, representando este largometraje un ejemplo más de los muchísimos que encontramos diariamente en todos los ámbitos de la vida, de los mecanismos de adoctrinamiento a los que de manera tan sutil nos somete el sistema, pues a pesar de la evidencia que para un adulto suponga la transmisión de este tipo de mensajes (o quizás no), aparecen recubiertos de imágenes atrayentes y de aventuras que protagonizan estos simpáticos e inocentes seres, que en ningún caso puede  engendrar mal alguno, aunque su afán sea servir a los villanos.

Como bien denunciaron algunas de las principales corrientes de pensamiento crítico cuando la industria cultural institucionalizada comenzaba su andadura en el S.XIX (1), las estrategias de control sobre la población debían ser cada vez más sofisticadas dada la cada vez también mayor complejidad del sistema que ya en ese contexto decimonónico quedaba instaurado, originalmente desde el ámbito económico, pero su extensión se trasladó al político y al ideológico, imprescindible este último para su consolidación y perpetuación (2).

La proclama de este tipo de mensajes nos invita cuando menos a la reflexión acerca de la influencia que ejerce la cultura instada y dirigida por el orden establecido, justamente en tiempos tan convulsos como los que vivimos en la actualidad, donde el sistema se siente amenazado por el despertar de la ciudadanía al que asistimos hoy, por las viejas reivindicaciones sociales y políticas que hoy también hacemos nuestras. Y al igual que ha ocurrido a lo largo de toda nuestra historia, los que ostentan el poder intentan por todos los medios mantener el status quo dominante. Para ello, la industria cultural se ha convertido en su mejor aliada, resultando en las sociedades occidentales actuales una herramienta más eficaz en muchos casos, por su sutileza, que las intervenciones violentas, para destruir cualquier atisbo de soberanía popular o empoderamiento ciudadano.

Pero afortunadamente, la ciudadanía a la que se dirigen los mensajes apologéticos del poder establecido, ya no está dormida, ya no calla, y seguirá respondiendo a los envites del sistema, con la toma de conciencia, con la crítica y con el cambio de paradigma al que irremisiblemente nos dirigimos al aunar nuestras voces.

Notas:

1. Especialmente relevante a este respecto fue la crítica elaborada por T. Adorno y M. Horkheimer, miembros de la llamada Escuela de Frankfurt, en su obra Dialéctica de la Ilustración (1944),  donde analizan de forma magistral el poder de la incipiente industria cultural (radio, cine, televisión, arte, publicidad) como nueva y más eficaz herramienta del sistema capitalista para el adoctrinamiento, control y dominio de la población.


2. Idea esta que nos traslada directamente a los conceptos de infraestructura y superestrucrura, popularizados por la filosofía de K. Marx, representando en este caso el cine comercial y expansivo, uno de los elementos fundamentales de la superestructura, dirigida a justificar y perpetuar un determinado orden económico (el capitalista) que, a su vez, da lugar a una estructura política y social concreta (la neoliberal).

 

Patricia Terino
Patricia Terino
Soy Patricia Terino, licenciada en filosofía, profesora y escritora. En este sitio encontrarás todos mis trabajos en el ámbito de la literatura, la filosofía y la crítica social, con el fin de despertar tu interés por el análisis y la reflexión sobre la realidad.

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