La terapia

Septiembre de 1986. Comienzo el colegio. 1º de E.G.B. Hay muchos niños. No conozco a nadie. Entra el maestro. Es viejo y da miedo. Muchos están llorando. Yo no. Solo les miro sin saber qué hacer, dónde sentarme, sin preguntar por qué lloran. No recuerdo haber llorado. Mi madre dice que solo lo hacía en la guardería, cuando tenía tres años. Nunca al dejarme allí. Solo a la salida, cuando esperábamos en el patio y veía llegar a mi madre. Tal vez fuera dolor, miedo, o angustia contenida durante las cinco horas que no estaba en casa, con mi madre. O quizás fuera porque volvía a casa. Con la tristeza de mi madre. Con mi hermano recién nacido. Con mi padre, al que apenas veía y del que poco sabía. Solo lo que mi madre contaba de él. No recuerdo haber llorado como dice mi madre. Solo recuerdo el camino hacia aquella guardería cada mañana, que se hacía eterno. Y las rejas marrones. Nada más. No recuerdo nada más. Pero el primer día de colegio sí.

Me senté con una niña. Vanesa. Aún recuerdo su cara. Y a ella. Y la impotencia. Y el llanto contenido. Los primeros de una larga lista. No solo llantos. Contenciones de toda índole. La primera vez que Vanesa me hizo llorar sin llorar fue porque siempre usaba mi goma de borrar. Aún recuerdo los pálpitos acelerados del corazón cuando un día me atreví a preguntar por qué lo hacía. Me dijo que si usaba su propia goma se gastaría. No dije nada más. Aguanté las ganas de llorar y seguí escribiendo las tablas de multiplicar. Siempre las tablas de multiplicar. Una y otra vez sobre el papel. Después las recitábamos. Hasta que no hubiera fallos.

Un día me llevé una muñeca pequeña a clase. Me la había regalado mi abuelo. No era una Barbie. Una burda imitación. Ni siquiera se le parecía. No era guapa. Su vestido parecía diseñado por una puritana de los años cincuenta. Tenía unos pies planos enormes. Pero entonces no percibía nada de eso. Era la muñeca que me había regalado mi abuelo. Y me gustaba cómo era. Con su vestido feo y con sus pies planos. La senté en mi pupitre mientras hacía los deberes. El maestro viejo que daba miedo me la quitó al pasar por delante de mi mesa. Me dijo que al colegio no se traen juguetes. Al colegio se viene a trabajar. Me gritó algunas cosas más que no consigo recordar. La guardó bajo llave en su cajón. Llanto contenido. Demasiados ya para tener solo seis años. No me la devolvió al salir. Mi madre fue a pedírsela al cabo de varios días. Le dio la razón. Me dijo que no se llevan juguetes al colegio.

El maestro viejo que daba miedo se llamaba Don José. Nos hacía rezar el Padrenuestro cada mañana al llegar a clase. No entendía nada. No sabía lo que era aquello, ni si resultaban apropiadas aquellas prácticas religiosas en un colegio público. Solo obedecía. Y aprendí aquella versión antigua del Padrenuestro después de varios días de repeticiones continuas. Nos castigaba constantemente. Nos golpeaba con una palmeta de madera. Nos agredía verbal y físicamente. Humillaciones y tirones de oreja y pelo. En segundo curso lo apartaron de la docencia. Se ha dado de baja por enfermedad, nos dijeron. No volvimos a verle. Aunque seguía siendo nuestro tutor y firmaba nuestros boletines de notas.

Recuerdo que me pegó con la palmeta de madera en una ocasión. Tampoco lloré entonces. Otro día me castigó de pie, de cara a la pared, durante todo el día. Las cinco horas de clase. Y otro día me llamó tonta y estúpida porque tenía la extraña manía de copiar en el cuaderno dos veces seguidas el enunciado del ejercicio.

Ahora tengo que reescribir esos recuerdos. Una versión distinta de todos ellos. Eso dicen en la terapia. Final feliz. O al menos satisfactorio. Sin inhibir las emociones. Ni la agresividad. Especialmente la agresividad. No lo consigo. Ni siquiera la imaginación lo consigue. Ni mi mente adulta. Recreo el escenario y vuelvo a actuar del mismo modo en que lo hice hace treinta años. La misma niña que me quita la goma. El mismo maestro que me grita, y me insulta, y me castiga de cara a la pared durante toda la jornada. Y yo misma conteniendo el llanto. Intentando escapar de ese aula. De esos niños. De ese lugar. De la vida. Como ahora.

Lo intento de nuevo. Otra vez el mismo escenario. La misma clase. El mismo maestro. La misma niña. Me quita mi goma de borrar. Cierro los ojos. Intento sentir lo que sentía entonces. No puedo actuar como quisiera. No puedo gritarle. No puedo pegarle. No puedo recuperar mi goma. Sí puedes, dice mi terapeuta. Hazlo. Y de repente siento la rabia, y la humillación, y las risas, y las burlas, y el llanto contenido. La agarro del brazo. Empiezo a apretarle. Más fuerte. La miro a los ojos. Puede que por primera vez. Le digo que me devuelva mi goma. Y que no vuelva a tocarme, ni a hablarme, ni a mirarme, ni a rozar mi pupitre. Empieza a llorar. Se ha meado encima. Hay un charquito bajo su silla. Sigue llorando. El maestro viejo que da miedo se acerca. Ya no da miedo. Me coge del brazo. Le digo que me suelte. Si me vuelves a poner una mano encima estás muerto, viejo cabrón, le digo. Y le miro fijamente. Y le sigo mirando. Y puedo mantener su mirada de desconcierto. Y entonces me suelta. Y vuelve a su mesa sin decir nada. Y se sienta en su silla. Yo me siento en la mía. Y escribo las tablas de multiplicar. Y Vanesa sigue sollozando con los pantalones empapados.

Abro los ojos. Despierto del estado de seminconsciencia inducido. Solo está Manuel. Enfrente mía. En la sala de la terapia. Ya está hecho, dice. Pero no ha sido real. No es lo que pasó. Solo un ejercicio más de dramatización. Expresión de emociones que tanto cuestan. No importa, dice. De esa mentira se puede descubrir la verdad. Sobre uno mismo. Sobre lo que se es en realidad. Sobre lo que se siente. Sobre lo que duele. Dice que ahora hay que pasar a los asuntos de verdad. Lo de la goma ya está resuelto. En esa realidad alternativa que acabo de sentir como si fuera auténtica. Cierra los ojos de nuevo, me dice. Y vamos al día en que tu padre se fue de casa.

 

Patricia Terino
Patricia Terino
Soy Patricia Terino, licenciada en filosofía, profesora y escritora. En este sitio encontrarás todos mis trabajos en el ámbito de la literatura, la filosofía y la crítica social, con el fin de despertar tu interés por el análisis y la reflexión sobre la realidad.

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