Día de Reyes

Día de Reyes. Es el primero que paso fuera de casa. De la casa de mi madre. Ya no vivo con ella. Desde hace unos meses. Ahora comparto piso con Angie. Amiga del instituto. Y de todo. Casi única amiga, en realidad. De las de verdad. Es raro. Este día de Reyes. Sin mi madre. Sin mis hermanos. Sin globos. Sin chocolatinas. Sin madrugones. Nos levantábamos muy temprano. Mis hermanos y yo. Y entrábamos en el salón. Y allí estaban los globos. Y las chocolatinas. Y los regalos. Y los abríamos todos. Gritando. De emoción. Y temblando. De frío. Y de emoción. Otra vez. Y entonces mi madre se despertaba. Y siempre nos decía que cada año era más temprano. Lo de levantarse el día de Reyes. Y al año siguiente volvía a decirlo. Aunque fuera la misma hora. Y entonces le enseñábamos nuestros regalos. Mi hermano. Mi hermana. Y yo. Los tres a la vez. Y luego mi madre abría los suyos. Que ella misma había comprado y envuelto. Aunque no lo sabíamos. Cuando éramos pequeños. Mis hermanos y yo. Y cuando mi padre no estaba. Y después nos hicimos mayores. Y los comprábamos nosotros. Los regalos para mi madre. Cuando ya teníamos paga semanal. Y fue cuando supe que mi madre se compraba sus propios regalos. Cuando éramos pequeños. Hoy también hay regalos. Aunque no esté mi madre. Ni mis hermanos. Está Angie. Y ha dejado un par de paquetes en el salón. Llevan un letrero con mi nombre. Acordamos que no habría regalos. Yo también tengo para ella. A pesar de que acordamos que no habría regalos.  Angie aún no se ha levantado. La espero. Para abrir juntas los regalos. Como hacía de pequeña. Y hasta el año pasado. Con mis hermanos. Angie no tiene hermanos. Y a sus padres no les gusta mucho el día de Reyes. Eso dice Angie. Y nunca le regalaban lo que pedía. Solo cosas que no le gustaban. Al principio me sonó raro. Todo eso de que no les gustase el día de Reyes. A los padres de Angie. Yo creía que el día de Reyes le gustaba a todo el mundo. Cuando éramos pequeños. Cuando Angie era pequeña. Y entonces Angie me contó lo de los regalos absurdos. En casa de sus padres. Una caja de bolígrafos. Un jersey ortera. Espuma para cabello rizado. Eso fue a los dieciséis, me dijo Angie. Para su cabello rizado, claro. Después de conocerlos supe que era verdad. Lo de los padres de Angie. Y todo eso de los regalos estúpidos que le hacían. Debí suponer que Angie querría su día de Reyes. Ahora, conmigo. No tendría que haberle dicho lo de no comprar regalos. Pero lo hice. Por todo esto del consumismo exacerbado. Y el derroche absurdo. Y por el ecologismo. Y por el poder de las multinacionales. Y por no querer beneficiar a los que están destruyendo el mundo. Y por mi activismo. Cada vez más acentuado. Pero he visto sus paquetes para mí. Y me he acordado de sus días de Reyes. Y de que nunca los ha tenido en verdad. Y he colocado mis regalos para ella en el sofá. Junto a los míos. Y les he puesto una pegatina con su nombre.

Uno de ellos es un libro. Luces de bohemia. Ya lo tiene. Y lo ha leído muchas veces. Interpretado también. Sobre todo a Madame Collet. Le gusta poner acento francés. Y exagerarlo mucho. Le encanta Valle-Inclán. Desde siempre. Desde que nos conocimos. Y ya quería ser actriz. Y me hacía ensayar con ella. Aún lo hace a veces. Lo de interpretar conmigo. Cuando tiene que preparar alguna obra. O alguna escena. Y está en casa. Conmigo. Y me trae los papeles para que los lea. Y los interprete. A mí siempre se me ha dado mal. Me da vergüenza. Aunque sea en casa. Con Angie. Y aunque no haya vergüenza se me da mal igual. A Angie no. Es muy buena. Desde siempre. En lo de actuar. He visto a otros hacerlo. De su grupo de teatro. Y a los de su Escuela. La de Arte dramático. Está en tercero. Yo también. El tercer curso. Filosofía. Y sus compañeros no lo hacen tan bien como ella. A ella siempre se le ve natural. En cualquier papel. Aunque si lo hiciera mal tampoco se lo diría. Lo del teatro. Eso no. Otras cosas sí. Cocina fatal. Y dibuja peor aún. Y para ser actriz cuenta unos chistes horribles. Poca gracia. Es extraño. Porque normalmente es graciosa. Las cosas que dice. Y las cosas que cuenta. Pero con los chistes no. Los que son de verdad. Y no anécdotas personales. Y situaciones divertidas. O no. Pero que hacen gracia cuando Angie las cuenta. Salvo cuando son chistes. Y todo eso se lo digo. Lo de la comida horrible que cocina. Casi nunca cocina. Y lo de los dibujos de niño de párvulo. Y lo de su poca gracia en los chistes. Pero lo del teatro no. No se lo diría aunque fuese cierto. Por suerte no lo es. Es buena de verdad. El teatro es lo más importante para ella. La cocina, los dibujos y los chistes, no. Por eso da igual. El teatro no. Y por eso lo hace tan bien.

El libro es una edición antigua. El de Luces de bohemia. La primera reimpresión después de la primera edición del veinticuatro. Esta es de 1961. A Angie le gustan los libros antiguos. De esos de hojas amarillentas. Y resecas. Y acartonadas. A mí también. Aunque para estudiar prefiero la última edición. La más nueva. Para poder subrayar bien. Y hacer anotaciones en los márgenes. Todos mis libros están así. Y con los muy viejos es más complicado. Parece que se van a destruir con cada línea subrayada. Tengo algunos de esos. Los que eran de mi padre. Y ahora los tengo yo. Poesía sobre todo. Le gustaba Miguel Hernández. A mi padre. Puede que aún le guste.

Lo he encontrado en una librería de segunda mano. El libro de Luces de bohemia. La descubrí el otro día. La librería. En una calle por la que no había pasado nunca. En el centro. Cerca de casa. De mi nueva casa. Y entré en la librería. Y tenían muchas cosas interesantes. Ediciones muy antiguas. Me compré el Astronomia Nova de Kepler. Ya lo tenía en casa. Pero esta es una edición alemana de 1938. En alemán, claro. Mis conocimientos de alemán son limitados. Pero no me importa no leerlo nunca en alemán. O puede que sí lo lea. Con mucho trabajo. Edición de 1938. Justo antes de la Guerra. La Segunda. Y es Kepler. En su lengua materna. Aunque lo escribiera en latín. Me gusta Kepler. Neoplatonismo mágico, casi. El culto al sol. Lo que hay de espiritualidad en medio de lo científico. Como casi todo en esa época. Y puede que ahora también. Mezcla de filosofía, ciencia, religión, alquimia, hermetismo, ocultismo. Y de nuevo, profunda espiritualidad. La armonía del universo. Tanto arriba como abajo. En una simbiosis perfecta. La Revolución Científica no podría haber sido sin él. Y otras cosas que no son solo científicas. Me lo compré. El Astronomia Nova. Y el de Angie también. Luces de bohemia. No le he dicho nada del libro de Kepler. Ni de la librería. Para que no vaya antes del día de Reyes. A esa librería.

El otro regalo para Angie es una foto. Era lo único que tenía para ella. Pero luego encontré esa librería. La de segunda mano. Y la de las ediciones antiguas. Amplié la foto. En blanco y negro. Y compré un marco. Y lo he pintado yo misma. A Angie le gusta eso. Lo de hacer las cosas uno mismo. Para los regalos. Porque es más íntimo. Y personal. Y demuestra auténtico cariño. Angie siempre dice eso. Y es verdad. Solo que a mí se me da mal. Lo de las manualidades. Con este me he esmerado especialmente. Con el marco. Capa protectora para la madera. Pintura. Barniz. He dibujado unos círculos de colores en los bordes del marco. Emulando a Kandinski y sus Cuadrados con círculos concéntricos. A Angie le encanta ese cuadro. Le encanta Kandinski. Todo él. El abstracto. Y el que lo es menos.

La foto tiene varios años. La del regalo. Estamos las dos juntas. Muy sonrientes. Fue después de la primera actuación de Angie con el grupo de teatro del instituto. Era una obra clásica. No recuerdo cuál. Ni al autor. Del Siglo de Oro, eso sí. Tal vez fuera Lope. O Tirso. O Calderón. El teatro nunca me ha gustado especialmente. Ese día sí, porque estaba Angie. Con un vestido largo. Y pomposo. Y un peinado bonito. Y después me acostumbré a ir al teatro con ella. Desde que empezó la carrera va todas las semanas. La acompaño siempre que puedo. Y ahora ya sí me gusta. El teatro. Angie me ha enseñado cosas muy diferentes a las representaciones que hacía al principio. Maneras de hacer teatro distintas a las que aprendimos en el instituto. Y me habla de muchos autores que no conocía. O sí, pero de otra manera. Solo una parte. Solo lo que nos habían contado. Pero había mucho más. El carácter subversivo del teatro. Su capacidad para remover conciencias. Su espontaneidad. Su inmediatez. La controversia. La censura a la que a veces lo someten por el peligro que supone. Para los que mandan. Y dominan. Y subyugan. Y entonces cada vez me fue gustando más el teatro. Porque es como la filosofía. La buena filosofía. O la buena literatura. La que no deja indiferente. Como ese tipo de teatro del que me hablaba Angie.

En la foto tenemos quince años. En la del regalo. La del teatro clásico del instituto. Nos la hizo alguien de nuestra clase que vino a la función. Javi Soto. También le gustaba el teatro. Por eso era raro. Como Angie. Como yo. Eso decían los demás. La tenía guardada en una carpeta de apuntes. La foto. Y la encontré hace poco. Y me acordé de ese día. Del primer papel de Angie. Y de los aplausos. Y de su vestido pomposo. Y de su peinado bonito. Y de lo contenta que estaba. Y de que entonces ya sabía que quería hacer esto. Teatro. Sus padres le dijeron que eso no era una carrera de verdad. Y que ya se le pasaría. Y se fijaría en otra cosa. No se le pasó. De otro modo, nunca la habría visto interpretar a la Ofelia de Müller. Ni yo habría llorado. Ni sentido. Viéndola interpretar a la Ofelia de Müller. No fue una moda. Lo del teatro. O tal vez sí. Pero aún no se le ha pasado.

Ayer dejé de matarme (…) Destruyo el campo de batalla que era mi hogar. Arranco las puertas de cuajo para que entre el viento y el grito del mundo (…) Salgo a la calle vestida con mi sangre”.

Patricia Terino
Patricia Terino
Soy Patricia Terino, licenciada en filosofía, profesora y escritora. En este sitio encontrarás todos mis trabajos en el ámbito de la literatura, la filosofía y la crítica social, con el fin de despertar tu interés por el análisis y la reflexión sobre la realidad.

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