El desafío de la lactancia materna (respuesta al artículo publicado por Emma Riverola en www.elperiodico.com)

Con su desafortunada expresión “¡Con la lactancia hemos topado!” y con las críticas vertidas hacia aquellas madres que no sucumben a las imposiciones y exigencias del sistema, Emma Riverola demuestra no solo un desconocimiento absoluto sobre las necesidades de los bebés y los niños, sino también acerca del ser humano en su totalidad, haciendo un análisis muy superficial de la sociedad en la que este se inserta.

La lactancia materna no supone exclusivamente una serie de ventajas de diversa índole, que incluso la propia escritora reconoce, sino que se trata de una de las cualidades más distintivas y determinantes de nuestra especie, y que como tantas otras, muchos se empeñan en eliminar, en aras de la consecución del progreso y el bienestar que desde el Siglo de las Luces nos han enseñado a defender. Lo que no nos decían en esas historias que G. Vattimo, uno de los pensadores más representativos de la Postmodernidad filosófica, denominó muy acertadamente metarrelatos, es que para lograr esos objetivos tendríamos que renunciar a buena parte de lo que somos, de lo que nos constituye, y que debíamos doblegarnos ante un sistema que denomina progreso a la estructura social más alienada de toda nuestra historia; que califica de emancipación femenina la posibilidad de una entrega y sumisión absoluta al poder constituido en el ámbito laboral, político o social; que llama progreso al hecho asumido por el orden hegemónico imperante de que la economía de mercado, los beneficios y la competitividad permanente priman sobre las personas y su necesidad de ser persona, y no un mero dato en el balance económico anual.

La lactancia materna se convierte en muchas ocasiones, más allá de lo que biológicamente supone, en un signo subversivo del orden constituido, donde las madres que optan por una lactancia prolongada, renunciando o posponiendo sus proyectos en el ámbito laboral, social o personal, son atacadas, entre otros sectores, por el feminismo de la igualdad, que dice ver truncados en esta práctica ancestral, todos sus esfuerzos y triunfos conseguidos en la lucha por la emancipación femenina. Tal vez sea conveniente plantearse si el concepto de emancipación que el orden patriarcal ha instaurado es el mismo que reivindicaban y perseguían nuestras antecesoras, cuya lucha nos otorgó muchos de los derechos de los que ahora disfrutamos y nos ofrecieron los conocimientos de los que disponemos.

Desde el feminismo sufragista de Mary Wollstonecraft, el liberal de Harriet Tylor Mill, el de la diferencia de Lou Salome, el filosófico de Simone de Beauvoir, el de la eliminación del género de J. Butler o el del ecologismo de V. Shiva, todas estas propuestas y muchas otras de diversa índole nos han hecho más conscientes de lo que somos y de las imposiciones que la mujer ha sufrido a lo largo de nuestra historia. Pero seguir reprimiendo, cohibiendo o renunciando no puede ni debe ser el camino a seguir, ya sea reprimir, cohibir o renunciar a criar a nuestros hijos, a amamantarlos, a su derecho a estar junto a sus padres, a la propia maternidad,  a poder hacer o estudiar lo que no se les permitió a nuestras abuelas, o acceder a esos codiciados puestos de responsabilidad que al parecer todas perseguimos. La auténtica transformación y en este caso, emancipación, pasa  por no tener que renunciar nunca más a lo que somos o queremos ser.

La nueva forma de esclavitud impuesta por el sistema que nos consume no es la lactancia materna o la crianza natural, sino el modelo de emancipación, independencia o liberación que nos han hecho creer que hemos conseguido por el hecho de poder renunciar a la maternidad, o por que nuestros hijos puedan ser criados por otros, o por dedicar jornadas maratonianas a nuestros trabajos y a sus correspondientes puestos directivos, o por tener la oportunidad de vivir en un insatisfactorio consumo permanente para cubrir el vacío creado por las contradicciones y necesidades impuestas por el mundo del progreso que hemos construido.

Es la sociedad patriarcal que habitamos y su mejor aliado, el capitalismo, según algunas feministas reputadas como Silvia Federici, los que dan la espalda a las mujeres, adoctrinándonos en un concepto de liberación que nada tiene que ver con renunciar a la maternidad ni al modelo ancestral de la misma por el que aún seguimos aquí.

Patricia Terino
Patricia Terino
Soy Patricia Terino, licenciada en filosofía, profesora y escritora. En este sitio encontrarás todos mis trabajos en el ámbito de la literatura, la filosofía y la crítica social, con el fin de despertar tu interés por el análisis y la reflexión sobre la realidad.

3 Comments

  1. Alina dice:

    Muy buena reflexión, Patri, y bien alejada del tono acusatorio que se imprime normalmente en estos textos

  2. Alina dice:

    Sí me gustaría apuntar que muchas de las que «no sabemos muy bien qué hacer con la crianza natural» 😉 no estamos en contra de ella ni de la lactancia (yo ni siquiera tengo criaturas, cómo voy a saber lo que opinaré entonces), sino que nos preocupa el precio que pagan las madres que eligen esta forma de crianza. Es decir, nuestro sistema actual es punitivo en lo que a los cuidados se refiere: media jornada, despidos, imposibilidad de optar a puestos superiores…). El otro progenitor no tiene derecho a una baja por nacimiento igualitaria. El núcleo familiar, además de reducirse a dos, se ha aislado mediante la dispersión (casas de protección oficial en el extrarradio, movilidad laboral, gentrificación, etc.), lo que muchas veces aisla a las mujeres en crianza. Sí es verdad que no todas las mujeres están en esta situación, pero he conocido muchas que pagaron un precio muy alto (que seguramente les valió la pena); porque dejaron/perdieron sus puestos de trabajo y quedaron dependientes de sus parejas durante varios años y luego tuvieron que «reinventarse». Además, lo más triste es que no se valora el esfuerzo y sacrificio que exige la crianza (cualquier modelo), muchas veces, por ejemplo en el caso de la separación de la pareja, ni siquiera por parte del otro progenitor. Creo que, como bien dices, la emancipación es poder elegir, pero aún hay que luchar mucho para que esta elección no suponga, en demasiadas ocasiones, casi un suicidio autonómico.
    En fin, me ha quedado muy largo, espero haberme explicado. Pienso en amigas mías y todo parece bien; pero luego pienso en otras mujeres, las que no se mueven en mis círculos sociales activistas, las que trabajan en grandes empresas, las que son freelance, las que están estudiando, las emigrantes que están (estamos) lejos de sus familias… y la crianza natural en el actual sistema empieza a parecer un lujo o un acto de autoinmolación terrorista (anti sistema, entiéndeme).

  3. Patricia Terino dice:

    Estoy de acuerdo contigo. El problema sigue siendo la criminalización de las mujeres que se lleva a cabo desde distintos frentes, y parece que las decisiones tomadas a este respecto siempre son erróneas desde cualquiera de las dos principales opciones: renunciar al ámbito laboral, profesional e intelectual, entre otros, durante los primeros años de vida de nuestros hijos, o limitarnos a la insignificante baja por maternidad de la que gozamos en nuestro país e incorporarnos rápidamente a nuestras actividades habituales, con las inevitables consecuencias que ello trae consigo tanto para los hijos como para sus progenitores. El problema no son las mujeres, que seamos tan avariciosas o ambiciosas que lo queramos todo, criar a nuestros hijos y una vida más allá de eso, como la que se nos ha negado durante milenios, sino que es el sistema el que no se ajusta a la realidad ni a las necesidades mas básicas de su ciudadanía, el que no protege a los que serán los ciudadanos del futuro, separándoles prematuramente de sus padres (y especialmente madres) y considerando que la inversión en felicidad (de la auténtica) es demasiado cara, cuando resulta lo más rentable. El trabajo rinde más y mejor cuando se adaptan las condiciones a las necesidades familiares (reducciones de jornada, perrmisos, etc), las madres y padres empleados trabajan más cómodamente, y los hijos crecerán más felizmente cuanto más tiempo pasen con sus padres durante la infancia. Probablemente cambiando este paradigma, los niños de ahora, los adultos del futuro, construirían una sociedad muy diferente a la actual, con menos violencia, más solidaria, más justa y en definitiva, más feliz. No es un utopía. Es un desafío al orden imperante y por tanto peligroso para este, porque desestabilizaría el patrón establecido, especialmente el de la mujer.

    Y de nuevo, querida Alina, vuelvo a darte la razón en que son más vulnerables a este respecto las mujeres en situaciones como las que comentas, sin posibilidad de ayudas económicas o familiares, por lo que han de renunciar a la crianza intensiva , sustituyéndola por la jornada intensiva. Y en el mejor de los casos, vivimos con la ambivalencia emocional en la que fluctuamos las que tuvimos la oportunidad de optar por la crianza, planteándonos, no si hicimos bien, porque de eso casi todas estamos seguras, sino si habremos condenado nuestras carreras o si será posible retomarlas con el tiempo.

    En fin, también me quedó muy largo y esta cuestión es compleja de explicar por estas vías. Quédate con todo mi cariño. Un abrazo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *